Durante los primeros años de vida, el cerebro experimenta una intensa reorganización sináptica. Regiones como el hipocampo (clave para la memoria), la amígdala (procesamiento emocional) y la corteza prefrontal (funciones ejecutivas) se desarrollan rápidamente, influenciadas por el entorno, las experiencias y el vínculo afectivo.
La corteza prefrontal, ubicada en la parte frontal del cerebro, es especialmente relevante en neuroeducación. Esta área regula las llamadas funciones ejecutivas, que incluyen:
Estas habilidades son fundamentales para el aprendizaje escolar y la adaptación social. Según Freire Mora et al. (2025), las estrategias educativas que estimulan estas funciones —como el juego simbólico, la resolución de problemas y la autorregulación emocional— tienen un impacto directo en el rendimiento académico y el bienestar psicológico.
Aplicar principios neuroeducativos puede transformar la forma en que tu hijo/a aprende y se relaciona con el mundo. Algunos beneficios respaldados por la investigación incluyen:
No hace falta dominar la neurociencia para transformar la forma en que tu hijo/a aprende: con orientación profesional, la neuroeducación se vuelve accesible, práctica y poderosa.
Aquí tienes algunas ideas que puedes implementar con el acompañamiento adecuado:
Rutinas con estructura y espacio para la autonomía: Esto fortalece la planificación y el sentido de responsabilidad.
Lectura compartida con preguntas abiertas: Estimula la imaginación, la inferencia y la empatía.
Juegos que impliquen reglas, turnos y resolución de conflictos: Ideales para entrenar el control inhibitorio y la toma de decisiones.
En el aula, los docentes que aplican neuroeducación diseñan experiencias que respetan los ritmos del desarrollo cerebral, integran emociones en el aprendizaje y promueven la curiosidad como motor del conocimiento.
La neuroeducación no es una moda pasajera, sino una evolución necesaria en la forma de enseñar. Al comprender cómo funciona el cerebro infantil, podemos crear entornos de aprendizaje más eficaces, inclusivos y emocionalmente seguros. Educar con base científica, pero también con empatía, es la mejor inversión en el futuro de nuestros hijos e hijas.