David Bueno nos recuerda que la adolescencia tiene un sentido evolutivo y biológico. Es una fase del desarrollo cerebral que cumple dos funciones esenciales:
Durante esta etapa, tres zonas del cerebro experimentan cambios significativos:
Este proceso explica por qué pueden coexistir comportamientos infantiles y adultos en un mismo momento, sin lógica aparente.
El nivel basal de estrés en la adolescencia es el más alto de toda la vida. Esto se debe a que el cerebro se prepara para enfrentar amenazas, focalizando la atención y reduciendo la capacidad de reflexión. Por eso, cuando como adultos pedimos explicaciones ante una conducta no aceptable, y elevamos el tono, ellos se bloquean. No es que no quieran responder, es que no pueden.
Lo que necesitan es apoyo emocional sin sobreprotección. Sentirse acompañados, pero también empoderados. Estar cerca, sin invadir. Como ejemplo, Bueno propone algo tan sencillo como llamar antes de entrar a su habitación, igual que haríamos con un adulto. El respeto construye confianza.
Uno de los retos emocionales de esta etapa es la gestión del miedo. Frases como “en el instituto os jugáis el futuro” solo lo incrementan. En cambio, acompañar desde la realidad, sin dramatismos, haciéndoles saber que estamos ahí, les ayuda a afrontar los desafíos.
La integración social es otra gran preocupación. Sentirse al margen de su grupo eleva su estrés. Aunque a veces parezca que nos rechazan, necesitan saber que estamos ahí.
Y en medio de todo esto, emergen las grandes preguntas filosóficas: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? No tenemos que responderlas, pero sí facilitar espacios para que las compartan y reflexionen, dentro de una estructura de valores basada en el respeto y la convivencia.
Si la motivación es innata, ¿por qué se pierde? Bueno señala que muchas veces se valora más la nota que el esfuerzo, lo que desmotiva. Además, el cerebro adolescente es curioso para su entorno. Si les hablamos desde contextos lejanos o abstractos, desconectan. Hay que contextualizar, trabajar en entornos colaborativos y aprovechar su necesidad de socialización.
Una forma eficaz de conectar es a través de la curiosidad y la anécdota. En lugar de hablar directamente sobre ellos, podemos compartir historias similares que les inviten a reflexionar. “¿Sabes qué me ha contado la madre de una amiga…?”